Marianela Moser y sus dos empleados trabajan desde las primeras horas de la mañana en un pequeño taller en las montañas de Ávila, en las afueras de la capital de Venezuela, templando, moldeando y empaquetando varios productos de chocolate.
Pero al caer la noche, un grupo de 10 duendes entra desde un bosque cercano e imparte el sabor y el aroma que caracterizan al Chocolate Picacho, dice Moser, quien fundó la marca en 2007 e inventó este cuento mítico pensando en sus clientes más jóvenes.

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